Mecanismo y fuente de los sueños - Desplazamiento: la operación fundamental - La condensación como doble desplazamiento - La figurabilidad - Elaboración secundaria - Los restos diurnos - La división del sujeto.
La interpretación de los sueños - 1900 - S. Freud
El sueño no es desatinado ni absurdo, ni presupone que una parte de nuestro acervo de representaciones duerme, en tanto que otra comienza a despertar. Es un acabado fenómeno psíquico y precisamente una realización de deseos; Debe ser incluido en el conjunto de actos comprensibles de nuestra vida despierta y constituye el resultado de una activad intelectual altamente complicada.
Nuestro primer análisis nos ha revelado que el sueño nos presenta el cumplimiento de un deseo, y ante todo habremos de investigar si es este un carácter general del fenómeno onírico o, por el contrario, única y casualmente del contenido del sueño con el que hemos iniciado nuestra labor analítica (sueño tomado en particular por Freud); pues aún sosteniendo que todo sueño posee un sentido y un valor psíquico, no podemos negar a priori la posibilidad de que tal sentido no sea el mismo en todos los sueños.
Fácilmente puede demostrarse que los sueños evidencian frecuentemente, sin disfraz alguno, el carácter de realización de deseos, hasta el punto de que nos asombra como el lenguaje onírico no ha encontrado comprensión hace ya mucho tiempo. Bastará quizá esta selección para demostrar como con gran frecuencia y en las más diversas circunstancias hallamos sueños que se nos muestran comprensibles a título de realización de deseos y evidencia sin disfraz alguno su contenido.
Son estos en su mayor parte sueños sencillos y cortos, que se apartan para descanso de investigador, de las embrolladas y exuberantes composiciones oníricas, que han atraído casi exclusivamente la atracción de los autores. A pesar de su sencillez merecen ser examinador con detención, pues nos proporcionan innumerables datos sobre la vida onírica. Los sueños de forma más sencilla habrán de ser, indudablemente, los de los niños, cuyo rendimiento psíquico son con seguridad, menos complicados que los de personas adultas.
Los sueños de los niños pequeños son con frecuencia simples realizaciones de deseos, y al contrario de los de personas adultas, muy poco interesantes. No presentan enigma ninguno que resolver, pero poseen un valor inestimable para la demostración de que por su última escencia significa el sueño una realización de deseos.
Ejemplo: "Cuando en la cena tomo algún plato muy salado, siento por la noche intensa sed, que llega a hacerme despertar. Pero antes que esto suceda tengo siempre un sueño de idéntico contenido: el de que bebo agua a grandes tragos y con todo el placer del sediento. Sin embargo, despierto después y me veo en la necesidad de beber realmente. El estímulo de este sencillo sueño ha sido la sed, que al despertar puedo seguir sintiendo; sensación de la que emana el deseo de beber. El sueño me presenta realizado este deseo, cumpliendo, al hacerlo así, una función que se me revela en seguida. Mi reposo es generalmente profundo y tranquilo, y ninguna necesidad física suele interrumpirlo. Si soñando que bebo logro engañar mi sed, me habré evitado tener que despertar para satisfacerla. Se trata por tanto de un "sueño de comodidad".
Existen en efecto muchos sueños de contenido penoso que no muestran el menor indicio de una realización de deseo. Por otra parte además de estos sueños, que continúan durante el reposo los diversos sentimientos penosos de la vida despierta, existen sueños de angustia, en los que esta sensación, la más terrible de todas las displacenteras, se apodera de nosotros hasta que su misma intensidad nos hace despertar, y se da el caso de que los niños, en cuyos sueños se nos ha mostrado la realización de deseos sin disfraz alguno, se hallan sujetos con gran frecuencia a tales pesadillas angustiosas.
Los sueños de angustia parecen realmente excluir la posibilidad de una generalización del principio de realización de deseos. Sin embargo, no es muy difícil sustraerse a estas objeciones, aparentemente incontrovertibles. Observese tan solo que nuestra teoría no reposa sobre los caracteres del contenido manifiesto, sino que se basa en el contenido ideológico que la labor de interpretación nos descubre detrás del sueño. Confrontemos, en efecto, el contendio manifiesto con el latente. Es cierto que existen sueños en los que el primero es penosísimo, y cabe siempre la posibilidad de que también los sueños penosos y los de angustia se revelen después de la interpretación como realizaciones de deseos. Dando a este comportamiento del sueño, cuyos motivos ignoramos aún, el nombre de "deformación onírica". Surge en nosotros la interrogación: ¿de dónde proviene esta deformación de los sueños? Para demostrarlo expondré la demostración de otro sueño propio; interpretación que si bien me fuerza a cometer de nuevo multitud de indiscreciones, compensa este sacrificio personal con un acabado esclarecimiento del problema planteado.
Ejemplo: Tio de barba dorada. En la primavera de 1987 supe que dos profesores de nuestra universidad me habían propuesto para el cargo de profesor extraordinario; hecho que, a más de sorprenderme por inesperado, me causó una viva alegría, pues suponía una prueba de estimación, independiente de toda relación personal por parte de dos hombres de alto merecimiento científicos. Pero en el acto me dije que no debía fundar esperanza alguna en la propuesta de que había sido objeto, pues durante los últimos años había hecho el ministerio caso omiso de todas las que le habían sido dirigidas, y muchos de mis colegas, de más edad, y por lo menos de iguales merecimientos que yo, esperaban en vano su promoción. Careciendo de motivos para esperar mejor suerte, decidí resignarme a que mi nombramiento quedase sin efecto. "Después de todo - me dije-, no soy ambicioso, y ejerzo con éxito mi actividad profesional sin necesidad de título honorífico ninguno, aunque también es verdad que en este caso no se trata de que las uvas estén verdes o maduras, pues lo indudable es que se hallan fuera de mi alcance."
Así las cosas, recibí una tarde la visita de un colega, con el que me unían vínculos de amistad, y que se contaba precisamente entre aquellos cuya suerte me había servido de advertencia. Candidato desde hacía mucho tiempo al nombramiento de profesor, que hace del médico en nuestra sociedad moderna una especie de semidiós ante los ojos de los enfermos, y menos resignados que yo, solía visitar de cuando en cuando las oficinas del ministerio para activar la resolución de su empeño. De una de tales visitas venia la tarde a que me refiero, y me relató que esta vez había puesto en un aprieto al alto empleado que le recibió, preguntándole si el retraso de su nombramiento dependía realmente de consideraciones confesionales. La respuesta fue que, en efecto, dadas las corrientes de opinión dominantes, no se hallaba S.E., por el momento, en situación, etc., etc.
A la madrugada siguiente a esta visita tuve un sueño de contenido y formas singulares. Se componía de dos ideas y dos imágenes, en sucesión alternada; mas para el fin que aquí perseguimos nos bastará con comunicar su primera mitad, o sea, una idea y una imagen.
I. Mi amigo R. es mi tío. Siento una gran cariño por él.
II. Veo ante mi su rostro, pero algo cambiado y como alargado, resaltando con especial precisión la rubia barba que lo encuadra. A continuación sigue la segunda mitad del sueño, compuesta de otra idea y otra imagen, de las que prescindo como antes indique.
La interpretación de este sueño se desarrollo en la forma siguiente:
"R. es mi tío." ¿Qué puede esto significar? No he tenido mas que un tío, mi tío José, protagonista por cierto de una triste historia. Llevado por el ansia de dinero, se dejó inducir a cometer un acto que las leyes castigan severamente y cayó bajo el peso de las mismas. Mi padre, que por entonces (de esto hace ya más de treinta años) encaneció del disgusto, solía decir que tío José no había sido nunca un hombre perverso, pero si únicamente un imbécil. De este modo, al pensar en mi sueño que mi amigo R. es mi tío José, no quiero decir otra cosa sino que R. es un imbécil. Esto, aparte de serme muy desagradable, me parece al principio, inverosímil. Más para confirmarlo acude el alargado rostro, encuadrado por una cuidada barba rubia, que a continuación veo en mis sueño. Mi tío tenía realmente una cara alargada, y llevaba una hermosa barba rubia. En cambio, mi amigo R. ha sido muy moreno; pero como todos los hombres morenos paga ahora, que comienza a encanecer, el atractivo aspecto de sus año juveniles, pues su barba va experimentando, pelo a pelo, transformaciones de color nada estéticas, pasando primero al rojo sucio, y luego al gris amarillento antes de blanquear definitivamente. En uno de estos cambios se halla ahora mismo la barba de mi amigo R., y según advierto con desagrado, también la mía. El rostro que en sueños he visto es al mismo tiempo el de R. y el de mi tío José, como si fuese alguna de aquellas fotografías en que Galton obtenía los rasgos característicos de una familia, superponiendo en una misma placa los rostros de varios de sus individuos. Así, pues, habré de aceptar que en mi sueño quiero, efectivamente, decir que mi amigo R. es un imbécil, como mi tío José.
Lo que no sospecho, aún es para qué habré podido establecer una tal comparación, contra la que todo en mi se rebela, aunque he de reconocer que no pasa de ser harto superficial, pues mi tío José era un delincuente, y R. es un hombre de conducta intachable. Sin embargo, también él ha sufrido los rigores de la ley por haber atropellado a un muchacho, yendo en bicicleta. ¿Me referiré acaso en mi sueño a este delito? Sería llevar la comparación hasta lo ridículo. Pero recuerdo ahora una conversación mantenida hace unos días con N., otro de mis colegas, y que versó sobre la misma tema de las detalladas en la información preliminar. N., al que encontré en la calle, se halla también propuesto para el cargo de profesor, y me felicitó por haber sido objeto de igual honor; felicitación que yo rechacé, diciendo: "No sé por qué me da usted la enhorabuena conociendo mejor que nadie, por experiencia propia, el valor de tales propuestas." A estas palabras mías, bromeando, repuso N.: "¿Quién sabe? Yo tengo quizá algo especial en contra mía. ¿Ignora usted acaso que fui una vez objeto de una denuncia? Naturalmente, se trataba de una vulgar tentativa de chantaje, y todavía me costó Dios y ayuda librar a la denunciante del castigo merecido. Pero ¿quién me dice que en el ministerio no toma este suceso como pretexto para negarme el título de profesor? En cambio, a usted no tienen "pero" que ponerle.
Con el recuerdo de esta conversación se me revela el delincuente de que precisaba para completar la comprensión del paralelo establecido en mi sueño, y al mismo tiempo todo el sentido y la tendencia de este último. Mi tío José - imbécil y delincuente- representa en mi sueño a mis dos colegas, que no han alcanzado aún el nombramiento de profesor, y por el hecho mismo de representarlos tacha al primero de imbécil y de delincuente al otro. Asimismo, veo ahora con toda claridad para que me es necesario todo esto. Si efectivamente es a razones "confesionales" a lo que obedece el indefinido retraso de la promoción de mis colegas, puedo esta seguro de que la propuesta hecha a mi favor habrá de correr la misma suerte. Por lo contrario si consigo atribuir a motivos, y que no pueda alcanzarme el veto opuesto a ambos por las altas esferas oficiales, no tendré por qué perder la esperanza de ser nombrado. En este sentido actúa, pues, mi sueño, haciendo de R. un imbécil, y de N., un delincuente. En cambio, yo, libre de ambos reproches, no tengo ya nada común con mis dos colegas, puedo esperar confiado mi nombramiento y me veo libre de la objeción revelada a mi amigo R. por el alto empleado del ministerio; objeción que es perfectamente aplicable a mi caso.
Recuerdo ahora que el sueño contenía aún otro fragmento, del que hasta ahora no me he ocupado en la interpretación. Después de ocurrírseme que R. es mi tío, experimento en mis sueños un tierno cariño hacía él. ¿De dónde proviene este sentimiento? Mi tío José no me inspiró nunca, naturalmente, cariño alguno; R. es, desde hace años, un buen amigo mío, al que quiero y estimo, pero si me oyera expresarle mi afecto en términos aproximadamente correspondientes al grado que él mismo alcanza en mi sueño, quedaría con seguridad un tanto sorprendido. Tal efecto me parece, pues, tan falso y exagerado - aunque esto último en sentido inverso- como el juicio que sobre sus facultades intelectuales expreso en mi sueño al fundir su personalidad con la de mi tío. Pero esta misma circunstancia me hace entrever una posible explicación. El cariño que por R. siento en mi sueño no pertenece al contenido latente; esto es, a los pensamientos que se esconden detrás del sueño. Por el contrario, se halla en oposición a dicho contenido, y es muy apropiado para encubrirse su sentido. Probablemente no es otro su destino. Recuerdo qué enérgica resistencia se opuso en mi a la interpretación de este sueño, y como fui aplazándola una y otra vez a la noche siguiente, con el pretexto de que todo él no era sino un puro disparate.
Por mi experiencia psicoanalítica sé como han de interpretarse esos juicios condenatorios. Su valor no es el de un conocimiento, sino tan solo el de una manifestación afectiva. Me resisto a interpretarlo, porque la interpretación contiene algo contra lo cual me rebelo, y que una vez efectuada aquella, demuestra ser la afirmación de que R. es un imbécil. El cariño que por R. siento no puedo referirlo a las ideas latentes de mi sueño, pero si en cambio a esta, mi resistencia. Si mi sueño, comparado con su contenido latente, aparece deformado hasta la inversión, con respecto a este punto habré de deducir que él cariño en él manifiesto sirve precisamente a dicha deformación; o dicho de otro modo: que la deformación demuestra ser aquí intencionada, constituyendo un medio de disimulación. Mis ideas latentes contienen un insulto contra R., y para evitar que yo me de cuenta de ello llega al contenido manifiesto todo lo contrario; esto es un cariñoso sentimiento hacia él.
En aquellos casos en que tal realización aparece disfrazada e irreconocible habrá de existir una tendencia opuesta al deseo de que se trate, y a consecuencia de ella, no podría el deseo manifestarse sino encubierto y disfrazado. La vida social nos ofrece un proceso paralelo a este que en la vida psíquica se desarrolla, mostrándonos una análoga deformación de un acto psíquico. En efecto, siempre que en la relación social entre dos personas se halle una de ellas investidas de cualquier poder, que imponga a la otra determinadas precauciones en la expresión de sus pensamientos, se verá obligada esta última a deformar sus actos psíquicos, al exteriorizarlos; o dicho de otro modo: a disimular. La cortesía social que estamos habituados a observar cotidianamente no es en gran parte sino tal disimulo. Asimismo, al comunicar aquí a mis lectores las interpretaciones de mis sueños me veo forzado a llevar a cabo tales deformaciones.
De este modo, el escritor temeroso de la censura, atenuará y deformará la expresión de sus opiniones. Según la energía y la susceptibilidad de esta censura, se verá obligado a prescindir simplemente de algunas formas de ataque, a hablar por medio de alusiones y no directamente o a ocultar sus juicios bajo un disfraz, inocente en apariencia. Cuanto más severa es la censura, más chistosos son con frecuencia los medios de que el escritor se sirve para poner a sus lectores sobre la pista de la significación verdadera de su artículo.
La absoluta y minuciosa coincidencia de los fenómenos de la censura con los de la deformación onírica nos autoriza a atribuir a ambos procesos condiciones análogas de la formación de los sueños, dos poderes psíquicos del individuo (corrientes, sistemas), uno de los cuales forma el deseo expresado por el sueño, mientras que el otro ofrece una censura sobre dicho deseo y le obliga de este modo a deformar su exteriorización. Solo nos quedaría entonces por averiguar que es lo que confiere a esta segunda instancia el poder mediante él cual le es dado ejercer la censura. Si recordamos que las ideas latentes del sueño no son conscientes antes del análisis, y , en cambio, el contenido manifiesto de ellas emanado si es recordado como consciente, podemos sentar la hipótesis de que el privilegio de que dicha segunda instancia goza es precisamente el del acceso a la consciencia. Nada del primer sistema puede llegar a la consciencia sin antes pasar por la segunda instancia, y esta no deja pasar nada sin ejercer sobre ello sus derechos e imponer a los elementos que aspiran a llegar a la consciencia aquellas transformaciones que le parecen convenientes. Entrevemos aquí una especialísima concepción de la "escencia" de la consciencia; el devenir consciente es para nosotros un especial acto psíquico, distinto e independiente de los procesos de intelegir o representar, y la consciencia se nos muestra como un órgano sensorial, que percibe un contenido dado en otra parte.
Refiriéndonos a nuestras hipótesis sobre las dos instancias psíquicas, podremos, pues, decir que los sueños penosos contienen, efectivamente, algo que resulta penoso para la segunda instancia, pero que al mismo tiempo cumplen un deseo de la primera. Son sueños optativos, en tanto todo sueño parte de la primera instancia, no actuando la segunda, con respecto al sueño, sino defensivamente, y no con carácter creador. Si nos limitamos a tener en cuenta aquello que la segunda instancia aporta al sueño, no llegaremos jamás a comprenderlo, y permanecerán en pie todos los enigmas que los autores han observado en el fenómeno onírico.
En parte son sueños de sujetos histéricos, que exigen una larga información preliminar y nos obligan a adentrarnos a veces en los procesos psíquicos de la histeria. Pero no me es posible eludir estas complicaciones de mi explicación.
En el tratamiento analítico de un psiconeurótico constituyen siempre sus sueños, como ya hubimos de indicar, uno de los temas de que han de versar las conferencias entre médico y enfermo. En ellas comunico al sujeto todos aquellos esclarecimientos psicológicos con ayuda de los cuales he llegado a la comprensión de los síntomas; pero estas explicaciones son siempre objeto, por parte del enfermo, de una implacable crítica, tan minuciosa y severa como la que de un colega pudiera yo esperar. Sin excepción alguna se niegan los pacientes a aceptar el principio de que todos los sueños son realizaciones de deseos, y suelen apoyar su negativa con el relato de sueños que, a su juicio, contradicen rotundamente la teoría.
Ejemplo. Sueño del salmón ahumado. "Dice usted que todo sueño es un deseo cumplido -me expone una ingeniosa paciente-. Pues bien: le voy a referir uno que es todo lo contrario. En él se me niega precisamente un deseo. ¿Cómo explica usted esto con su teoría?" El sueño al que la enferma alude es el siguiente: " "Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón ahumado. Pienso en salir para comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego telefonear a algunos proveedores y resulta que el teléfono no funciona. De este modo tengo que renunciar al deseo de dar una comida."
Análisis. Su marido, un honrado y laborioso carnicero, le había dicho el día anterior que estaba demasiado gordo e iba a comenzar una cura de adelgazamiento. Se levantaría temprano, haría gimnasia, llevaría un severo régimen en la comida y , sobre todo, no aceptaría más invitaciones a comer fuera de su casa. A continuación relata la paciente, entre grandes risas, que un pintor, al que su marido había conocido en un café, hubo de empeñarse en retrartarle, alegando no haber encontrado nunca una cabeza tan expresiva. Pero el buen carnicero había rechazado tal proposición, diciendo al pintor, con sus rudas maneras acostumbradas, que, sin dejar de agradecerle mucho su interés, estaba seguro de que el más pequeño trozo de trasero de una muchacha bonita habría de serle más agradable de pintar que toda su cabeza, por muy expresiva que fuese. La paciente se halla muy enamorada de su marido y gusta de embromarle de cuando en cuando. Recientemente le ha pedido que no le traiga nunca caviar. ¿Qué significa esto?
Hace ya mucho tiempo que tiene el deseo de comer caviar como entremés en las comidas, pero no quiere permitirse el gasto que esto supondría. Naturalmente, tendría el caviar deseado en cuanto expresase su deseo a su marido. Pero, por el contrario, le ha pedido que no se lo traiga nunca para seguir embromandole con ese motivo.
Las ocurrencias que hasta ahora han surgido en el análisis no bastan para lograr la interpretación del sueño. Habré, pues, de procurar que la paciente produzca otras nuevas. Después de una corta pausa, como corresponde al vencimiento de la resistencia, declara que ayer fue a visitar a una amiga suya del que se halla celosa, pues su marido le celebra siempre extraordinariamente.
Llegado el análisis a este punto, se me muestra ya con toda claridad el sentido del sueño y puedo explicarlo a mi paciente: cuando a la noche siguiente sueña usted que no puede dar una comida, no hace su sueño sino realizar su deseo de no colaborar al redondeamiento de las formas de su amiga. La idea de que comer fuera de su casa engorda le ha sido sugerida por el propósito que su marido le comunicó de rehusar en adelante toda invitación de este genero, como parte del régimen al que pensaba someterse para adelgazar.
Solo nos quedan ya por examinar desde este punto de vista a los sueños de angustia, los cuales constituyen un orden especial de sueños de contenido penoso, y cuya interpretación, como realizadores de deseos, habrá de tropezar con la máxima resistencia por parte de los no iniciados . Pero afortunadamente puedo dejar esclarecida esta cuestión con escazas palabras. Tales sueños no corresponden en efecto a una faceta del problema onírico, sino al problema general de la angustia neurótica. La angustia que en sueños sentimos queda explicada por el contenido de los mismos. En un cierto estudio sobre la neurosis de angustia, afirme yo que la angustia neurótica proviene de la vida sexual, y corresponde a una libido desviada de su fin, y que no ha llegado a su empleo. Esta fórmula se ha demostrado cada día más verdadera. De ella puede deducirse el principio de que los sueños de angustia poseen un contenido sexual, cuya libido correspondiente ha experimentado una transformación en angustia. Mas tarde tendremos ocasión de apoyar esta afirmación con el análisis de algunos sueños con sujetos neuróticos. Asimismo en mis ulteriores tentativas de aproximarme a una teoría del sueño, habré de tratar nuevamente de la condición de los sueños de angustia y de su compatibilidad con la teoría de la realización de deseo.